sábado, 28 de octubre de 2017

La casa de ceniza (1967) de Abelardo Castillo




Abelardo Castillo nació en San Pedro, provincia de Buenos Aires, y luego se trasladó a la capital, donde realizó toda su carrera literaria.
En 1967 publicó la que hubiera sido su primera obra, una nouvelle o cuento largo, redactada originalmente en 1956, cuando el autor tenía 21 años y se encontraba realizando el servicio militar. La casa de ceniza, tal es su título, es quizás una de las narraciones más interesantes y a la vez menos consideradas de la literatura argentina. Novela gótica alucinada y profundamente inspirada en el mundo de Poe y Hoffmann, remite, retrospectivamente, a las intrigas siniestras de José Bianco, a la relación entre el arte y la locura que desarrolla Sabato en El túnel, y a una cierta mística invertida propia de Arlt. Castillo entronca así con una reducida tradición del relato gótico establecida en la literatura argentina desde las narraciones de Juana Manuela Gorriti, Leopoldo Lugones y Horacio Quiroga, hasta algunos aspectos de la obra de Jorge Luis Borges y Ernesto Sabato, llegando a la actual Tempestad y asalto (2009) de Ángel Faretta.
Como creación literaria, el diabólico pintor Matías Wenzel está a la altura no sólo del Fernando Vidal-Olmos de Sabato o del Astrólogo arltiano, sino que también puede ser comparado sin desproporción con el Kurtz de Joseph Conrad o el Ahab de Melville.
Su retórica, a medio camino entre la oscura poesía iluminada de William Blake y, según el propio autor, ciertas descripciones pictóricas realizadas por el filósofo Jean-Paul Sartre, abunda en metáforas perturbadoras y una forma depurada de locura romántica. Para describir uno de los ominosos cuadros de Wenzel, por ejemplo, Castillo dice: “Él ya había pintado alguno de aquellos cuadros insólitos y sobrecogedores, como martirizados de luz, aquellas figuras que parecían ocultarse, desaparecer ante los ojos al ser miradas”. No resulta difícil encontrar aquí el eco de “El modelo de Pickman” de H.P. Lovecraft.
Por lo demás, el devenir de su obra después de los sesenta, la forma en que no fructificó una gran fuerza imaginativa para construir símbolos de la oscuridad humana, me hace pensar que Castillo habría podido ser, en algún punto, la continuidad, el mejoramiento, que Sabato no llegó a tener.

La técnica de la epifanía en la narrativa de Raymond Carver


[texto que expuse en 2012, en el marco de las XLIV Jornadas de Estudios Americanos de la AAEA en la Universidad Nacional de La Rioja]


 […] y de pronto, todo se volvió claro para él.
Anton Chejov

La técnica literaria de la epifanía - bautizada de esta forma por Joyce en las primeras décadas del siglo XX - consiste en la revelación de una verdad profunda y esencial a través de detalles casi insignificantes. Esta técnica explora, en su renovación y en los alcances de su modernidad, una estructura narrativa y un estilo que, fuera de Europa, han configurado uno de los rasgos casi definitivos de la literatura norteamericana de los siglos XIX y XX, y en particular en lo que respecta a la historia de la Short Story, desde Nathaniel Hawthorne, Ambrose Bierce y Francis Bret Harte hasta Sherwood Anderson, Ernest Hemingway y Flannery O’Connor, e incluso presente en algunos perfiles de la enigmática obra de Salinger, así como en las sórdidas novelas de Cormac McCarthy.
En este trabajo expondremos cómo las características de la epifanía, en tanto estrategia narrativa, estructuran los relatos de Raymond Carver - según Bolaño el mayor cuentista del siglo junto a Chejov, según Harold Bloom, un deudor no siempre saldado de Hemingway y D.H. Lawrence - pero también nos detendremos en los desarrollos que esta técnica ha experimentado dentro del minimalismo literario y, en concreto, en el marco del llamado Dirty Realism – denominación que aglutina, junto a Carver, a autores como Charles Bukowski y John Fante.
Si bien enfatizaremos particularmente la lectura de algunos relatos específicos de Carver que pueden considerarse paradigmáticos en cuanto al uso de la epifanía - “The Student’s Wife”, “The Ducks”, “Fat”, “What’s in Alaska?”, “Cathedral” y otros -, procuraremos situar las interpretaciones dentro del contexto de la obra total del autor, introduciendo asimismo el diálogo con las principales orientaciones críticas que la han estudiado.

Introducción, desde Joyce

Se ha dicho que la obra de James Joyce es uno de los mayores aportes de la orden jesuítica a la historia de la literatura[1]. Y, de hecho, la educación jesuita que Joyce recibió tanto en Conglowes como en Beldevere tuvo una influencia determinante en sus obras. Desde Dubliners hasta Finnegan’s Wake, proliferan personajes, situaciones o términos provenientes de la liturgia y la teología católicas. Aunque Joyce siempre consideró que la religión no era otra cosa que un agente del mal y que la autoridad de la Iglesia Católica era una de las principales causas de la miseria de su país, mantuvo durante toda su vida una inclinación - en parte veneración psicológica, en parte sarcástica perversión – por el lenguaje litúrgico (para parodiarlo) y por la noción de blasfemia (para ejercerla en su vida). Sin embargo, resulta sugerente que Joyce no haya abolido en sí mismo cierta disciplina jesuítica, así como una ferviente vocación por la fe, aunque bien no sea por medio del desplazamiento de estas energías mentales desde el fenómeno religioso hacia el fenómeno artístico. Como bien dice Lacan en su Seminario 23, Joyce “desarticula, rearticula y al mismo tiempo anula el máximo de rastros lingüísticos, históricos, mitológicos y religiosos”. En esto estribaría, no ya el hermetismo, sino la ilegibilidad de su obra: en esta deriva, en este libre juego del significante, en este permanente desplazamiento del sentido.
Entre sus primeros pasos dentro de la reflexión literaria, el autor irlandés concibió una técnica que él mismo, no sin cierto sarcasmo, denominó “epifanía” (término religioso – del griego ἐπιφάνεια, manifestación, apariencia - que remite a la revelación de Cristo frente a los Reyes Magos). La técnica consistía en la revelación de una verdad profunda y esencial - quizás una cualidad íntima que usualmente resulta invisible o pasa desapercibida para el prosaísmo cotidiano - a través de un detalle narrativo casi insignificante, apenas un gesto banal o una frase suelta. Joyce consideraba que un escritor debía recoger estos momentos evanescentes e inasibles con el mismo esmero con que un místico busca la revelación divina. Esta técnica, ya diluida en sus novelas mayores (Ulysses y Finnegan’s Wake), es el principio que rige toda la estructura de sus primeros relatos, contenidos en Dubliners[2]. Cabe recordar una de las epifanías más significativas de su obra, presente en el relato “The Dead” (“Los muertos”): el momento en que Gabriel Conroy, el protagonista, observa extasiado a su esposa, Greta, la cual, erguida en la escalera, estática y silenciosa, como si estuviera pintada, oye una melancólica melodía irlandesa. Esta escena contrasta irónicamente con el final del relato, cuando su esposa le revela que, en aquel preciso momento, se encontraba recordando a un antiguo amado.
Esta técnica desarrollada y manifestada por Joyce en las primeras décadas del siglo XX explora en su renovación, así como en los alcances de su modernidad, una estructura narrativa y un estilo que, más allá de Europa, han configurado algunos de los rasgos casi definitivos de la tradición literaria norteamericana de los siglos XIX y XX, y en particular en lo que respecta a la evolución de la Short Story, desde Nathaniel Hawthorne, Ambrose Bierce y Francis Bret Harte hasta Sherwood Anderson, Ernest Hemingway y Flannery O’Connor. E incluso presente en algunos perfiles de la simbólica obra de Salinger, así como en las sórdidas novelas de Cormac McCarthy. Recordemos, por ejemplo, la mirada misteriosa de Wakefield antes de abandonar su hogar, en el cuento homónimo de Nathaniel Hawthorne, en lo enigmático de algunas primitivas formas de conducta humana en Francis Bret Harte, en el dantesco crepúsculo posterior a la batalla en “Chickamauga” de Bierce, en la inefable experiencia ritual de “Death in the Woods” de Sherwood Anderson, en el terrible atavismo cultural que se revela al joven Nick Adams en “Indian Camp” de Hemingway; o bien, en la manifestación de acontecimientos casi sobrenaturales, anclados semánticamente en una voluntad divina de castigo, en los relatos de Flannery O’Connor; en la religación espiritual con que concluye “Teddy” de Salinger, e incluso en las revelaciones ominosas del mal en las novelas de Cormac McCarthy, como No Country For Old Men o Child of God. Yendo más lejos aún, quizás la epifanía literaria puede ser comprendida como el rasgo esencial de la moderna literatura norteamericana: la búsqueda nostálgica de una verdad absoluta y sutil que contradiga la vulgaridad, la frivolidad y la celeridad de la vida moderna, que neutralice los efectos mercantilizantes de la mentalidad materialista y que proponga, en oposición, un balance moralista erigido sobre la base de una severa y casi veterotestamentaria concepción de justicia.
La epifanía literaria consiste en revelar una verdad inexpresable por medio de un rasgo mínimo, en dar a luz un misterio profundo por medio de una inminencia presentada como el desenlace de un delicado e inquietante desarrollo narrativo (la técnica iceberg de la narrativa de Hemingway apunta a este mismo gesto gnoseológico). Si bien la epifanía constituye diversos tipos de revelaciones según los sentidos profundos y específicos de los diversos autores y de la evolución interna de sus respectivas literaturas, todas sus manifestaciones tienen en común la sutileza del detalle como índice de una totalidad revelada, pero también la voluntad de dar a luz, desde la descripción de una experiencia particular, una forma de conocimiento general de lo humano: la revelación es construida como un signo que adviene desde afuera hacia el interior de la experiencia del sujeto representado, como la manifestación de una esencia oculta y, en ocasiones, siniestra.
Raymond Carver pertenece sin duda a la tradición americana de la epifanía, tal como lo ha señalado la crítica en numerosas ocasiones. Aun así, a menudo este señalamiento ha sido manifestado desde muy dispares directrices ideológicas o estéticas (Aldridge, 1992; Davis, 1993; Clarke, 1990; Campbell, 1992; Meyer, 1989; Clark, 1993; Leypoldt, 2001).
En este trabajo expondremos cómo las características de la epifanía, en tanto estrategia narrativa, estructuran los relatos de Raymond Carver - según Bolaño el mayor cuentista del siglo junto a Chejov; según Harold Bloom, un deudor no siempre saldado de Hemingway y D.H. Lawrence - pero también nos detendremos en los desarrollos que esta técnica ha experimentado dentro del minimalismo literario y, en concreto, en el marco del llamado Dirty Realism – denominación que aglutina, junto a Carver, a autores como Charles Bukowski (doblemente heredero de John Fante y Henry Miller) y Cormac McCarthy (continuador del gótico faulkneriano de Sanctuary), así como a Frederick Barthelme (hermano de Donald), Tobias Wolff y Richard Ford.
Si bien enfatizaremos particularmente la lectura de algunos relatos específicos de Carver que pueden considerarse paradigmáticos en cuanto al uso de la epifanía como técnica narrativa - “The Student’s Wife”, “The Ducks”, “Fat”, “What’s in Alaska?”, “Cathedral” y otros -, procuraremos situar las interpretaciones dentro del contexto de la obra total del autor, introduciendo asimismo el diálogo con las principales orientaciones críticas que la han estudiado.

1.
La primera colección de cuentos publicada por Carver es Will You Please Be Quiet, Please? (1976), y ya los cuatro relatos iniciales de esta antología (“Fat”, “Neighbors”, “The Idea” y “They’re Not Your Husband”) introducen el primer motivo obsesivo de su obra: el goce de la mirada (el voyeurismo). Un tema profundamente sartreano si los hay, que asume tanto el deseo como la crueldad implicadas en la mirada del hombre hacia su prójimo: los prejuicios, el desprecio, la avidez, la envidia. Pero Carver no sólo se centra en la profundidad humana de la mirada, sino que también la recorta específicamente en torno a una forma de sadismo social, una mirada furtiva y distanciada que evoca la mirada del burgués americano frente al televisor, la mirada que convierte al prójimo en espectáculo grotesco, en fetiche o en objeto de deseo. El observador perverso - el vecino que espía entre las persianas - y la cosificación del cuerpo son los temas fundamentales con los cuales se abre la primera colección de cuentos de Carver. En “Fat” una pareja que trabaja en un restaurante sirve y observa a un hombre con sobrepeso como si fuera una exhibición de circo; en “Neighbors” un hombre y su mujer - el universo de las parejas es una constante de la narrativa carveriana – quedan al cuidado del departamento de una pareja vecina, pero, al conocer la vivienda, comienzan a envidiar el estilo de vida que a ellos les falta y finalmente resuelven apropiarse de la casa ajena junto a las pertenencias, y reemplazar así a sus vecinos; en el paradójico relato titulado “The Idea”, una indignada pareja espía todas las noches a un hombre que, a su vez, tiene por costumbre espiar a su propia mujer mientras se desviste; en “They’re Not Your Husband”, un marido desempleado insta a su esposa, que trabaja de mesera, a que adelgace y mejore su apariencia para poder ser mirada y deseada por los clientes.
Carver parece decirnos, en plena década del setenta, que el americano medio se ha convertido en un ser sádico y frívolo en sus relaciones con el otro: un inflexible televidente que espera ser entretenido, seducido y persuadido. El asesinato de Kennedy en el ‘63, el caso Watergate una década más tarde, el fracaso en Vietnam y el retorno masivo de desequilibrados excombatientes fueron síntomas de una sociedad cuya visión de la alteridad y del mal, antes remitida maniqueamente a la polarización de postguerra frente a la Unión Soviética, comenzaba ahora a internalizarse y no podía ya señalarse como algo ajeno, como algo extranjero: el mal estaba allí mismo, entre sus propios vecinos, entre sus propios hijos, en las sutiles formas de infidelidad de las relaciones de pareja, en la superficial mentalidad televisiva de la burguesía, en la obsesión por la apariencia física y el dinero, en los vicios cotidianos, desde el ocio y el consumismo hasta el alcohol, el tabaco y las drogas.
Esta colocación internalizada del mal, con su consiguiente deseo de retornar a un estado de pureza espiritual, no sólo se presenta en la obra de Carver: pensemos, por ejemplo, en la autocrítica moralista del cine de la época, desde The Exorcist de William Friedkin, donde un demonio de Medio Oriente se convierte en metáfora de la disfunción emocional de una familia en Washington D.C.; hasta Taxi Driver de Martin Scorsese, variación plástica del dostoievskiano hombre del subsuelo, donde un desequilibrado y solitario joven, veterano de Vietnam, se obsesiona con la degradación moral de la ciudad y decide practicar una justicia personal. De forma análoga se produce el funcionamiento de todo el cine de terror de los setenta, que introduce al monstruo, antes localizado en espacios externos (como la lejana Transilvania tipificada por el horror desde los años treinta), en el típico suburbio norteamericano (pensemos en las interminables sagas de Halloween, Nightmare on Elm Street o Friday the 13th).
Toda esta internalización de lo extraño, esta localización de lo ajeno e inquietante en la intimidad, es la base social que permite enlazar el “realismo sucio” de Carver con las nacientes formas de concebir y representar las “políticas del miedo” en la cultura de masas estadounidense, así como con el fuerte conservadurismo moral con que estas simulaciones ficcionales del miedo se erigen en respuesta a la creciente percepción para la burguesía norteamericana de un fenómeno que no puede dejar de experimentarse como una “decadencia de los valores”.

2.
La obra de Carver, a diferencia de lo sucedido con otros autores rotulados como minimalistas, ha sido objeto de las más dispares calificaciones críticas, desde aquellos que lo han leído como a un realista comprometido con las clases desfavorecidas de los Estados Unidos hasta quienes lo han acusado de ser un moralista conservador. Esta heterogeneidad de lecturas abarca desde paradigmas realistas y modernos, hasta concepciones postmodernas (cfr. Leypoldt, 2001) y, como formas en las nubes, la crítica ha visto en Carver características tan diversas como, en ocasiones, contradictorias: Morris Dickstein leyó a Carver como un realista social-progresista, Frank Lentricchia como un realista conservador, John Aldridge denunció lo que consideró un realismo social ingenuo y fallido, William H. Gass definió a Carver como un naturalista naïf detrás de una máscara de minimalista, Tom Wolfe lo llamó nihilista postmoderno disfrazado de minimalista, Phillip Simmons dijo que se trataba de un genuino escéptico postmoderno que sintetiza el realismo convencional y la tradición de la fábula, y los lleva un nivel superior; el escritor John Barth vio a Carver como fundador de un nuevo minimalismo, mientras que Joshua Gilder lo consideró como un imitador popular e insípido de Hemingway y Harold Bloom un deudor de D.H. Lawrence; otros críticos, como James Atlas, comprendieron que la presencia de Carver en la literatura norteamericana implicaba la emergencia de un cronista sin precedentes de la desesperación urbana.[3]
Sin embargo, hay un punto en el que parece no haber gran desacuerdo. Como sucede con Fiodor Dostoievski o Albert Camus, la crítica suele dividir la obra de Carver en dos períodos correspondientes a dos formas distintas de realismos: un primer realismo existencialista, crudo y pesimista, y un segundo realismo de corte humanista, en el cual los personajes logran encontrar sentido a la existencia por medio de la revelación de una esperanza (Brown, 1990, 125-136). En el relato “Cathedral”, perteneciente a este segundo período, la epifanía es casi explícitamente religiosa[4], y la frase con que concluye, que es donde se localiza la revelación (“It’s really something” [“Es verdaderamente extraordinario” o “Realmente hay algo en esto”]), implica un aprendizaje y una súbita comprensión del sentido íntimo de la existencia. Sin embargo, tanto el primer período como el segundo son alineados por la crítica dentro de la denominación de “Dirty Realism”[5] (corriente en la cual se ha asignado a Carver un rol paternal): reducción minimalista del estilo narrativo, descripciones de superficie, un contenido profundo sugerido por medio de connotaciones y sutilezas banales apenas perceptibles y una focalización casi morbosa en los seres comunes y frívolos, en ocasiones perdedores (“losers”), pertenecientes a la burguesía americana. Bajo el concepto de realismo sucio se hace armonizar a Carver con autores como Charles Bukowski, Tobias Wolff, John Fante o Cormac McCarthy (Hemmingson, 2008), y se hace derivar su entidad de movimiento del estilo minimalista representado por dispares antecedentes que van desde la trick story de O. Henry y el policial duro de James M. Cain hasta los sistemas más complejos de Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway y J.D. Salinger. Aún resultando una reducción estereotípica, no resulta totalmente errado resaltar que lo que en Carver se clasifica como minimalismo y a la vez como “realismo sucio” corresponden, respectivamente, a atributos de forma, por un lado, y de contenido, por el otro. Sin embargo, no debemos olvidar que el propio Carver se ha mostrado escéptico ante los alcances de este concepto:

Durante algún tiempo los críticos y comentaristas de los diarios y revistas británicos los han estado llamando “realistas sucios”, pero Ford y Wolff y Carver no los toman en serio. Bromean al respecto así como bromean sobre muchas otras cosas. No se sienten parte de un grupo.
Es verdad que son amigos. Es verdad también que comparten ciertos aspectos de su obra. Y conocen a la misma gente y a veces publican en las mismas revistas. Pero no se consideran pertenecientes a un movimiento, ni sus iniciadores. (1995, 105)

Del mismo modo, tampoco debe obviarse el hecho de que algunos sectores críticos (cfr. Meyer, 1989) han postulado la posibilidad de que el minimalismo propiamente dicho no pudiera definir la estética carveriana en su totalidad, sino apenas un momento dentro de toda la obra:

[…] to answer the question “Is Raymond Carver a minimalist?” we must also consider the question “Which Raymond Carver are we talking about?”, for he did not start out as a minimalist, and he is one no longer, although he was one for a period of time in between. (Meyer, 1989, 240)

Ahora bien, si consideramos que este período “in between” dentro del cual Carver pudo ser efectivamente un minimalista coincide plenamente con la publicación de What We Talk About When We Talk About Love (1981), una de las antologías más retocadas por Gordon Lish, y, a su vez, tenemos en cuenta la absoluta diferencia entre estos relatos y los que originalmente escribiera Carver (actualmente publicados con el título original: Beginners), es posible que el rótulo de minimalista terminara por resultar caduco para analizar globalmente la obra del autor. El propio Carver, en su ensayo titulado “Fires” (1982), ha reflexionado en torno al mote de “minimalista” con el desapego hacia lo teórico que lo caracteriza:

[…] no tengo el tipo de memoria que puede traer al presente conversaciones enteras, completas con todos los gestos y matices del habla real; ni puedo recordar los muebles de todos los cuartos donde haya pasado un tiempo, para no mencionar mi incapacidad de recordar el mobiliario de toda una casa […] Invento las conversaciones en mis cuentos. Pongo los muebles y las cosas físicas que rodean a la gente en los cuentos a medida que los necesito. Tal vez es por esto que mis cuentos son sobrios, escuetos, incluso “minimalistas”. Pero tal vez no es sino un matrimonio funcional de necesidad y conveniencia lo que me ha llevado a escribir la clase de cuentos que hago y de la manera como lo hago. (1995, 59)

Posteriormente veremos cómo el uso carveriano de la epifanía en tanto técnica literaria constituye, quizás, el eje fundamental desde el cual puede discutirse el estatuto del dilema en torno al minimalismo en su obra.

3.
Desde Joyce hasta Carver hay un movimiento que va desde el rapto del significante y la asunción de su juego, de su apertura, hasta la recuperación y la clausura del sentido en base al principio de lo concreto. Joyce traslada la epifanía desde la esfera religiosa hacia la esfera literaria bajo el signo de la parodia, exprime las connotaciones y comprende la epifanía como la manifestación de una verdad profunda en el marco de un rasgo mínimo y pueril de la vida cotidiana, sin embargo, este minimalismo practicado por Joyce en Dubliners, luego, ya en Ulysses o en Finnegan’s Wake, se desplazará hacia el juego cínico y la epiclesis abstracta, y es precisamente allí donde la epifanía pierde el principio de objetividad al que apuntara en un primer momento. Es decir, tras dispersar (o degradar con su “trífida lengua”) el sentido religioso de la epifanía que hay en Dubliners, Joyce conduce la manifestación de lo divino al plano de la paradoja (el Stephen del Retrato renuncia a la religión por medio de una epifanía) y finalmente, en sus dos novelas capitales, diluye “lo divino” en una sacralización satírica de “lo profano”.
Contrariamente, dentro de la obra de Carver la evolución se produce de manera inversa: mientras sus primeras narraciones concluyen con la manifestación de un vacío (algo así como una contra-epifanía), sus últimas obras tienden a una reintegración empática y casi sagrada con el prójimo (en ocasiones con explícitos rebordes religiosos, como en “Cathedral”). Sin embargo, Carver nunca deja de “minimizar” la epifanía en tanto que la devuelve a su mínimo semántico, a su sentido denotativo y a su fuente: la manifestación de lo trascendente como una verdad que supera los límites de la conciencia cosificada de sus personajes, pero que, sin embargo, se les hace presente, casi como si ingresara desde afuera, bajo la forma de una revelación.
En la narrativa de Carver, el realismo sucio se postula como una ética de la escritura, como algo más que un intento de confeccionar un “buen cuento”: en términos de Rancière, no sólo plantea un “saber hacer” (como el que busca la tradición americana de la Short Story por medio del perfeccionismo técnico y la concisión estilística), sino también un “saber qué hacer con lo que se hace”. Se trata, precisamente, de una dimensión moral de la literatura que acerca la obra de Carver, más que a la excelencia sintética de Hemingway, al realismo moral de Chéjov, al existencialismo tardío de Milan Kundera o al simbolismo pesimista de Thomas Bernhard.
Se ha hablado de una retórica de la epifanía en la narrativa de Carver (cfr. el balance expuesto por Leypoldt, 2001), una búsqueda de revelaciones cotidianas y destructivas que el autor extrae de dos de sus modelos principales: Chejov y Dostoievski (a los cuales homenajea respectivamente en su relato titulado “Errand” y en Dostoievski, guión cinematográfico escrito en 1985, junto a su esposa Tess Gallagher).
En un breve ensayo publicado en el New York Times Book Review hacia 1981 y titulado “A Storyteller’s Notebook” (luego re-titulado como “On Writing”), Carver afirma:

Me agrada cuando en los cuentos hay algún sentimiento de riesgo o una atmósfera de amenaza. Creo que en un cuento está muy bien un poco de amenaza. […] Tiene que haber tensión, el sentimiento de que hay algo inminente, de que ciertas cosas se mueven ineluctablemente o si no, muy a menudo, sencillamente no hay cuento. (1995, 47)

En estas mismas páginas, Carver pone de manifiesto, de forma prácticamente explícita, su interés por la epifanía como técnica literaria:

Tengo una tarjeta con este trozo de una oración de un cuento de Chéjov: “… y, de pronto, todo se volvió claro para él”. Creo que estas palabras están repletas de prodigio y de posibilidad. Amo su simple claridad, y el atisbo de revelación implícito. Está también el misterio. ¿Qué es lo que antes no estaba claro? ¿Por qué sólo ahora ha comenzado a estar claro? ¿Qué sucedió? Y sobre todo: ahora, ¿qué? Hay consecuencias como resultado de esos súbitos despertares. Siento un agudo alivio – y anticipación. (1995, 38)

En sus cuentos, Carver expresa esta inminencia en metáforas que contrastan con el estilo sobrio y minimalista, metáforas pulidas, preciosistas, en ocasiones imágenes de fuerte raigambre mística, al modo de William Blake o Robert Browning, (desde el amanecer terrible en “The Student’s Wife” hasta el dibujo ciego en “Cathedral”). Estas metáforas tienen el estatuto de una ‘función estilística’[6]: se oponen sutil pero profundamente al estilo predominante en el relato y constituyen una ruptura a la norma lingüística erigida por el propio autor. Son el centro de la narración, el eje desde donde se sostienen todos los sentidos del relato. La estructura predominante en la narrativa carveriana es la oposición entre un estilo despojado y frugal, frene a un elemento funcional metafórico en el que se yergue toda la sensación de inminencia, anticipada en presagios iterativos. Una de las mayores epifanías de la historia de la literatura, la ya mencionada de “The Dead” de James Joyce, es reproducida, de alguna manera, e incluso invertida, en “Will You Please Be Quiet, Please?” de Carver[7].
La epifanía final puede aparecer anticipada en pequeños indicios reveladores. La revelación en la obra de Carver suele ser destructiva, suele ser el punto final al aislamiento y la incomunicación entre los seres humanos. Sin embargo, los relatos pertenecientes a lo que algunos críticos han concebido como su “madurez narrativa” (los incluidos en Cathedral, 1983, y Elephant, 1988), proponen resoluciones positivas, ligadas a la recuperación de la esperanza y la salud mental (Bugeja, 1986, 73-87; Saltzman, 1988, 124-156; Runyon, 1992, 137-185).

4.
El filósofo francés Gabriel Marcel, máximo representante del llamado existencialismo cristiano, ha expresado que uno de los mayores problemas del hombre es la capacidad para convivir, dificultad que se manifiesta de forma sobradamente intensa en la vida familiar. Marcel denomina a esta dimensión de la existencia como “los insolubilia de la convivencia humana” (1959, 18), es decir, las diferencias imposibles de sortear entre los seres humanos a quienes les está dado llevar su vida juntos. En este sentido podemos decir que el eje de la obra de Carver se apoya en tales insolubilia. Si, como afirma Nabokov, un escritor está destinado a responder a una sola pregunta, ésta sería, en el caso de Carver, la pregunta acerca de cómo vivir juntos.
Este mismo cuestionamiento ha llevado a Roland Barthes, en un seminario dictado entre 1976 y 1977, ha estudiar meticulosamente (y de modo muy personal) la representación literaria de la convivencia humana, prestando particular atención a las “simulaciones novelescas” con que se construyen los espacios donde se realiza el Vivir-Juntos cotidiano. El semiólogo francés bautiza el tópico con el nombre de koinobiosis, término propuesto por él mismo y confeccionado a partir de las palabras griegas κοινος (común) y βιος (vida).
La koinobiosis en Carver recorre un arduo camino que va desde el descubrimiento de la soledad (revelación de los defectos del Vivir-Juntos) hasta el re-encuentro con humildes pero sagradas formas de empatía (el Vivir-Juntos se recupera sólo tras la angustia, la soledad, la pérdida). Podría cartografiarse la totalidad de la obra de Carver en base a esta dinámica evolutiva – de lo negativo hacia lo positivo - que sufre la convivencia con el prójimo: desde el descubrimiento del vacío hasta la recuperación del sentido, recuperación que se ancla profundamente en una concepción cristiana[8] de la purgación, del reconocimiento del pecado, de la prueba, y que Carver sitúa explícitamente en símbolos confesionales (“Fever”), litúrgicos (el pan en “A Little, Good Thing”) e incluso místicos (“Cathedral”).
Es necesario comprender que, en Carver, la epifanía no sólo se manifiesta como una revelación integradora, es decir, no implica siempre (como sí, por ejemplo, en “Cathedral”) la reintegración del individuo a un cierto orden inefable. En el caso de los finales de “The Ducks” y de “What’s in Alaska”, relatos que funcionan paralelamente, ambos introducen la revelación (a través del miedo hacia algo impreciso) de un sentimiento absoluto de pérdida o de inquietud por el futuro: una encarnación simbólica de la crisis de pareja, de la angustia que implica el presentimiento de una degradación emocional en la convivencia.
En las epifanías negativas de Carver, lo siniestro cobra el estatuto de una experiencia moral, pero también es la expresión simbólica de una angustia general hacia el futuro. En “Where Is Everyone?”, la madre del protagonista, angustiada por la vida de alcoholismo y problemas matrimoniales de su hijo, le dice: “Vas a tener que hacer algo por ti”. Esta advertencia anticipa directamente la epifanía negativa del final del relato[9]:

Me quedé allí acostado, viendo la televisión. En la pantalla había imágenes de hombres uniformados, y se oía un rumor grave, y luego se veían tanques y un hombre que utilizaba un lanzallamas. Apenas podía oír, pero no quería levantarme. Seguí viendo aquello hasta que sentí que se me cerraban los ojos. Pero desperté con un sobresalto, y con el pijama empapado en sudor. Una luz nevosa inundó la sala. Un fragor se acercaba a mí. La estancia se llenó de un griterío. Seguí tendido. No me moví. (2010, 41)

En la obra de Carver, lo siniestro de las epifanías negativas suele presentarse como un miedo simbólico hacia un objeto inocuo, es decir, un objeto aparentemente inofensivo (como lo es el ruido del televisor en el ejemplo anterior) que evoca los temores profundos de un individuo. En un célebre ensayo de Freud titulado Una neurosis infantil (el hombre de los lobos), se relata cómo un niño, mientras paseaba una tarde por el jardín de su casa, siente terror ante la contemplación de una mariposa, lo cual es explicado analíticamente como la evocación de una escena primaria traumática (en este caso, el haber visto, cuando era todavía muy pequeño, la relación sexual de los padres): a nivel inconsciente, la mariposa resultaría, para el niño, similar en su aspecto a los genitales de la madre. Esta lógica del objeto inocuo que encarna una experiencia traumática es la que podría permitirnos explicar las epifanías negativas de Carver: pensemos como, por ejemplo, en los finales de “What’s In Alaska?” y “The Ducks”, el temor a ser dañado o a la muerte se encarna respectivamente en una sombra entrevista en la oscuridad o en un ruido escuchado en medio de la noche. En el segundo cuento mencionado, el protagonista vuelve temprano de su trabajo en el aserradero. Todavía impresionado, le cuenta a su esposa que los mandaron temprano a casa porque uno de los capataces murió de un infarto, frente a todos. Él y su esposa comen juntos. Ella le dice que no piense en aquello y le promete que luego harán el amor. Antes de acostarse, él le dice que le gustaría que se marcharan a vivir a otra parte. Ya en la cama, ella se duerme y él permanece despierto. Se levanta, va a mirar por la ventana, pero está todo oscuro, sólo se escucha la lluvia. El relato termina de este modo:

Cuando volvió a la cama, se acostó muy junto a ella y le puso una mano sobre la cadera.
- Cariño, despierta – le susurró. Pero ella se estremeció ligeramente y se apartó hacia su lado de la cama. Y siguió durmiendo -. Despierta – le susurró de nuevo-. He oído algo ahí fuera. (2008, 172)

Al respecto de la inocuidad simbólica de tales objetos, Carver, en “On Writing”, destaca la emoción del miedo como un aspecto fundamental:

Es posible, en un poema o en un cuento, escribir sobre tales objetos comunes y corrientes usando un lenguaje común y corriente pero preciso, e impartirle a esas cosas – una silla, una cortina, un tenedor, una piedra, un arete de mujer – un poder inmenso, incluso perturbador. Es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo y producir un escalofrío en la espina dorsal del lector – el origen del placer artístico, como quería Nabokov. Ése es el tipo de escritura que más me interesa. (1995, 42-43)

En Cómo vivir juntos (2003, 131-132), Barthes concede una enorme importancia al oído como un sentido reprimido por la civilización moderna, que, sin embargo, al emerger en la representación literaria del Vivir-Juntos, lo hace como “constitutivo de algo”, es decir, con algún sentido profundo. Ejemplificando con un fragmento de los diarios de Kafka, Barthes afirma que existe “todo un folclore del miedo por la aparición de un ruido irreconocible” y que el espacio cotidiano de la casa (en oposición al apartamento) constituye un objeto fantástico donde todos los ruidos afectan a quien vive y donde el ruido desconocido le está dirigido personalmente. De este modo, “The Ducks”, el cuento mencionado de Carver, reproduce el espacio koinobiótico de la casa en base a la presencia de algo siniestro, no-familiar, encarnado en el ruido desconocido. En este caso, si la escucha es “constitutiva de algo”, como dice Barthes, aquí se trata de una manifestación simbólica del temor a la muerte, a la muerte como una presencia inminente. Cuando el protagonista le relata a su esposa la muerte del capataz con quien pocos minutos antes estaba hablando, parece entrar en conciencia de la finitud humana: “¡Dios, es tan extraño!” (2008, 168).
Sin embargo, la función de la epifanía en Carver no sólo se construye a través de la dinámica entre lo negativo (miedo e inquietud) o lo positivo (integración y recuperación de lo espiritual). Algunos de sus cuentos introducen una epifanía en la cual se produce un reconocimiento del valor de lo humano, sea a través de la percepción de la ternura (“Why Don’t You Dance?”, en la versión de B), de la crueldad hacia el prójimo (“Fat”) o de la soledad (“Signals”). En “Fat”, una mujer y su pareja que trabajan en un restaurante observan comer a un hombre obeso. Ella parece sentir pena por el hombre, pero a su marido le produce risa. Ella se pregunta a sí misma qué pasaría si a ellos les tocara tener un hijo gordo. Cuando se acuestan por la noche, ella experimenta algo particular:

Me meto en la cama y me aparto hasta el borde de mi lado y me pongo boca abajo. Pero en seguida, en cuanto apaga la luz y se mete en la cama, Rudy empieza. Me pongo boca arriba y me relajo un poco, aunque es contra mi voluntad. Pero ocurre una cosa, la siguiente: cuando lo tengo encima, de pronto me siento gorda. Me siento terriblemente gorda, tan gorda que Rudy se convierte en algo diminuto que apenas siento encima. (2008, 13)

Aquí, el encuentro con una inesperada empatía (de la protagonista hacia el gordo) y de un inesperado desprecio (de ella hacia su pareja), funciona como un catalizador de deriva linealmente en la revelación, todavía inefable pero ya fuertemente impuesta: “Mi vida va a cambiar, lo presiento” (2008, 14), piensa ella. El descubrimiento de la empatía moral precipita la percepción de la convivencia fallida, pone al descubierto el malestar del Vivir-Juntos.
En “The Student’s Wife” hay una ruptura con la concepción clásica de la epifanía como revelación que confiere sentido a la realidad. El personaje femenino que da nombre al relato discute con su pareja en la cama, antes de dormir, en una de esas típicas trifulcas carverianas, más pobladas de silencios y sobreentendidos que de confesiones y arengas. El marido acaba por dormirse y ella, insomne, se levanta y se dirige a la cocina. Allí se queda pensando hasta que comienza a clarear el día. Y entonces, al mirar por la ventana, tiene una reflexión, expresada en estilo indirecto:

Salvo las veces en que había tenido que mantenerse en vela por uno u otro de los niños (que no contaban, puesto que nunca se habían puesto a mirar al exterior, limitándose a volver apresuradamente a la cama o la cocina), no había visto amanecer más que cuando era niña. Pero sabía que ningún amanecer había sido como aquél. Ni las fotografías que había visto ni los libros que había leído le habían enseñado que un amanecer fuese algo tan terrible como aquello (2008, 125).

Aunque la resolución del relato postula finalmente la angustia y la soledad, Carver abre una posibilidad que, años después, en “Cathedral”, será concretada: la necesidad de religación, que en “The Student’s Wife” es una plegaria angustiada (“Dios, ¿querrás ayudarnos, Dios mío?”), que en “Cathedral” se convertirá prácticamente en una experiencia unitiva con lo sagrado.
La crítica suele señalar el nivel de escepticismo lingüístico con que los personajes carverianos acogen las revelaciones existenciales (Leypoldt, 2001; Hathcock, 1991), como si no sólo fueran incomprensibles para ellos en su sentido más profundo (pues saben que algo ha sucedido, también saben que eso significa algo, aunque no saben exactamente qué), sino como si aquellas revelaciones también fueran inexpresables; aún más, como si al expresarlas se pudiera perder algo, se corriera algún riesgo[10]. Este sustrato de la revelación inexpresable aparece de forma ya explícita en uno de los relatos del último Carver, “Intimacy”, prácticamente confesional. Aquí el “objeto inocuo” sobre el cual se sintetiza el sentido de la revelación es la “luna blanca”, como lo es el amanecer “terrible” en “The Student’s Wife”, el corcho en el suelo en “Errand”[11], el colchón pegado a la pared en “How About This?” o el charco de agua en “Preservation”, y del mismo modo en todos ellos la revelación se ve acompañada por un momento de miedo. Sin embargo, en “Intimacy”, el protagonista, como en La náusea de Sartre, comprende que en el reencuentro con su ex mujer ya no queda nada por decir y cobra conciencia de la imposibilidad de transmitir la sensación que lo invade, una suerte de nostalgia y piedad:

Miro hacia el exterior y veo, oh, Dios, una luna blanca suspendida en el cielo de la mañana. No creo haber visto jamás nada tan extraordinario. Pero me da miedo comentarlo. Sí, me da miedo. No sé lo que podría pasar. Hasta podría echarme a llorar. O no entender en absoluto mis propias palabras.

Sin embargo, Carver adosa a esta revelación una suerte de castigo simbólico, una materialización de la culpa expresada en la súbita ansiedad del protagonista por barrer las hojas otoñales dispersas en la calle, situación que se repetirá con un sentido análogo en el cuento titulado “Menudo”, representando la culpa ante la infidelidad y la necesidad apremiante de poner en orden el caos al que los ha arrastrado el peso de sus acciones. Ahora bien, si ese escepticismo lingüístico - la conciencia o la intuición de lo inadecuado y abstracto del lenguaje para expresar las emociones profundas del hombre - aparece de forma explícita en “Intimacy” o en “Vitamins”, en incluso en un cuento temprano como lo es “Fat”, en la mayoría de los relatos de Carver se mantiene en un nivel implícito. Por ejemplo, en “Feathers”, cuento casi delirante, algo inexpresable se produce en el encuentro entre dos parejas, algo que produce un cambio negativo en el protagonista y su esposa, pero que entronca con el voyeurismo y la perversión de relatos anteriores típicamente carverianos: la íntima felicidad de ver cómo viven los otros, sea para envidiarlos (“Neighbors”), para juzgarlos (“The Idea”) o para aliviarse de no estar en su lugar (“Feathers”). Contrariamente, en cuentos como “What do you do in San Francisco?” o “The Bridle”, el tema de la curiosidad perversa por la vida ajena es derivado a un encuentro con la compasión por la desdicha del prójimo, lo cual anuncia las epifanías religadoras de “Cathedral” o “A Small, Little Thing”. En estos últimos dos casos, el encuentro con la empatía es canalizado a través de epifanías que representan alternativas frente al escepticismo lingüístico: la palabra imprecisa para expresar lo sagrado en “Cathedral”, la palabra honesta para expresar el amor en “Whoever Was Using This Bed” o la palabra amable para ayudar al prójimo en “Fever”. A su vez, el objeto inocuo de las epifanías negativas deviene objeto unitivo, un objeto que constituye un punto de encuentro y que constituye un espacio positivo del Vivir-Juntos: el pan en “A Small, Little Thing”, el dibujo de la catedral en “Cathedral” o la brida en “The Bridle”.

5.
Ahora bien, a pesar de lo que han difundido adaptaciones cinematográficas como Short Cuts (1993) de Robert Altman[12], la obra de Carver no está exclusivamente dedicada a la representación de los insolubilia eróticos de la convivencia humana. El problema de la paternidad, de la infancia e incluso de la cívica vecinal aparecen también como espacios de koinobiosis en los cuales se pone en juego la moral del hombre. Así, en “Neighbors”, “Put yourself in my Shoes”, “Nobody Said Anything” o “Bicycles, muscles, cigarettes”, el espacio de la convivencia urbana en el primero y suburbano en los otros dos aparece como el escenario donde se ponen en juego las envidias, los resentimientos y las neurosis de la clase media americana: el caso del segundo mencionado, “Put yourself in my shoes”, alcanza un nivel de humorismo y agilidad dialógica casi teatral y anticipa sin duda el binomio pareja excéntrica/pareja normal[13] que llega a su máxima expresión en “Feathers” (C). Exceptuando el relato titulado “The Bath” (WWTA, luego reescrito por Carver para C como “A Little, Good Thing”), los hijos son representados por Carver como algo siniestro y la paternidad como un vínculo desgarrador: “Mr. Coffee and Mr. Fixit” o “The Compartment” son ejemplos explícitos que luego alcanzan un nivel casi surrealista en una de las piezas menos reconocidas pero quizás más perfectas y extrañas del autor: “Why, Honey?”, que funciona casi como una extensión, en cuanto al estilo de distanciamiento metafórico, al respecto de “The Father”.
Quizás es en sus relatos más “humanistas” (considerados por la crítica, en un primer momento, como cuentos inclasificables) donde Carver alcanza las zonas de mayor densidad conceptual, o al menos aquellas en las que la crítica más ha concentrado la actividad exegética, quizás precisamente por el hermetismo de sus temas. Tal es el caso de “The Bridle”, “Late Night with Fog and Horses” y, especialmente, “Cathedral”. La segunda, quizás la más explícitamente filiada a la obra lírica de Carver, se aleja de lleno tanto de la estética hemingwayeana, rotulada como minimalismo, como del demarcamiento temático del Dirty Realism. “The Bridle”, plenamente minimalista (y entroncada en el tema de la empatía del hombre maduro ante el sufrimiento de personajes jóvenes desarrollado en “What do you do in San Francisco?”), produce un ambiente de sordidez y frivolidad casi inasible, tanto más difícil para una lectura lineal cuanto mayor es su apego simbólico a una suerte de grado cero en la lógica del objeto inocuo - que ya hemos visto como uno de los puntos axiales en la obra de Carver – y cuanto más concretamente su uso de la epifanía se presenta doblemente tanto con el carácter de tema, como de técnica narrativa.
Muchos de estos relatos “humanistas” se centran en un encuentro extraño (producido en torno a elementos de cierto simbolismo espiritual) cuyas conclusiones derivan en revelaciones de libertad o comprensión que contrarrestan los efectos reificantes de la koinobiosis erótica: tal es la función del ciego en “Cathedral”, de la anciana niñera en “Fever”, del panadero en “A Little, Good Thing” (los tres en C; el último también en B), del extraño vendedor de “Collectors” (WYP), del hombre sin manos en “Viewfinder” (WWTA) e incluso podemos mencionar, comparable a éste último en cuanto a su conclusión epifánica, el caso del kafkiano relato titulado “Elephant”[14] (WICF y E).
Como en los relatos de Nick Adams, de Hemingway, muchos cuentos de Carver reproducen el clima de encuentro profundo con la muerte y el mal (“Sixty Acres”, “Nobody Said Anything”, “Bicycles, Muscles, Cigarettes”, “The Ducks”). El caso de “Sixty Acres” se vincula particularmente con el tema del honor atávico del nativo-americano tratado por Hemingway en sus relatos de la década del veinte, ambientados en los Northern Woods norteamericanos, como “Indian Camp” o “The Indians Moved Away”. En “Sixty Acres” un indio americano siente angustia al tener que expulsar a punta de escopeta a unos muchachos que cazan en sus tierras. Por su parte, en “Bicycles, Muscles, Cigarettes” se desarrolla un tema esbozado en “Sesenta acres”: la incomodidad natural del hombre frente a ciertas convenciones de la virilidad masculina, como lo es la violencia física. La narración se centra en un padre se ve obligado a pelear a puñetazos con el padre de un amigo de su hijo. En ambos relatos, la ansiedad de los personajes esconde una revelación acerca de lo antinatural de la violencia humana.

6.
Entre los primeros cuentos de Carver, recopilados en Will You Please Be Quite, Please?, y los últimos de Elephant and Other Stories, hay una suerte de jerarquía evolutiva en la conciencia en sus personajes: desde los vecinos de “The Idea” y las dos parejas de “What’s in Alaska?” hasta el cartero de “What do you do in San Francisco?” y “Night School” (todos en WYP) puede notarse la emergencia de una conciencia moral; y si comparamos a estos personajes con los últimos de Carver (como en “Intimacy” o en “Whoever Was Using This Bed”), puede notarse sin duda el advenimiento ostensible de una cierta concientización reflexiva. De ninguna forma resulta operativo considerar la obra de Carver como una evolución que va desde un minimalismo de personajes ofuscados e inconscientes hasta un humanismo de personajes reflexivos y arrepentidos, puesto que en cada recopilación de relatos, sin importar la época, abundan ejemplos de ambas clases. Sin embargo, es inevitable notar una cierta tendencia a lo que algunos críticos consideran como el viraje desde un realismo existencialista hacia un realismo humanista (Brown, 1990; Stull, 1993).
El tema del adulterio, especialmente protagonizado por personajes inauténticos, confundidos y, en no pocos casos, mujeres de mentalidad decadente y liberal, es predominante en la primera antología de Carver, Will You Please Be Quiet, Please? Sin embargo, en las siguientes antologías el tema va diluyendo su representación en estado puro para ser desplazado finalmente por piezas en las que el centro es la distancia emocional vinculada al arrepentimiento, la angustia y la soledad, más cercanas a la reflexión existencial y moral que a la exposición despojada y minimalista de la mala fe burguesa o de las típicas “umbridled emotions” (Hathcock, 1991, 35) de los primeros cuentos. Pensemos en la distancia que hay entre los personajes de “What’s in Alaska?” (WYP) y los de “Intimacy” (E) - cuentos separados por más de una década - o entre la inmadurez destructiva de los personajes de “Are These Actual Miles?” o de “Signals” y la dimensión de confianza intersubjetiva en la pareja de “Whoever Was Using This Bed”, donde los rasgos humanistas de la narración pueden ser comparados decididamente con el cine de Ingmar Bergman o con las novelas de Milan Kundera (quizás un punto medio entre ambos extremos podría encontrarse en “Belvedere”, especialmente en la versión completa publicada en B).
Las epifanías del primer Carver suelen ser representaciones plásticas y profundamente psicológicas del miedo y la desesperación (pensemos en los casos de “What’s in Alaska”, “The Ducks”, “The Student’s Wife”, “Mr. Coffee and Mr. Fixit”). Contrariamente, en sus últimos relatos – los siete recopilados en Elephant and Other Stories (1988) – Carver se acerca a una explicitación de aquellos aspectos psicológicos de sus personajes que antes se mantenían en estado larval, sólo evocados o connotados. En estos cuentos sus personajes, lejos de la inautenticidad típica en sus caracteres anteriores, se muestran empáticos hacia el prójimo, dispuestos a comprenderlo, y, sobre todo, están sobrios, intentan dejar el alcohol y beben café y gaseosas (Nesset, 1995, 57-58)[15]. Todo esto, aunque no los salva necesariamente del naufragio emocional, los hace capaces de expresar sus conflictos y sus miedos, lo cual, acercándolo, como hemos ya señalado, al diálogo bergmaniano o a la narrativa reflexiva de Milan Kundera, diluye la necesidad poética de las epifanías conclusivas: las revelaciones provienen de la manifestación misteriosa de una verdad profunda, lo cual va totalmente a trasmano de la traslación de la angustia al plano de la conciencia. Sin embargo, tanto “Intimacy” como “Menudo” trabajan con un extraño momento epifánico cuyo sentido se configura en la complementación sucesiva de un cuento con el otro dentro de la antología: en medio de la angustia, el personaje siente la necesidad de quitar las hojas secas de la calle en uno de los relatos; en el otro, siente un inesperado y febril deseo de rastrillar el pasto de su jardín así como el de los vecinos. Probable metáfora del deseo irracional de organizar una vida emocional en ruinas, esta epifanía expresa el nivel inconsciente al que se entregan los personajes después de haber llegado a conclusiones sobre su propia existencia que los anteriores personajes de Carver no habían siquiera logrado vislumbrar[16]. En “Kindling”, cuento publicado en la antología póstuma titulada Call If You Need Me, el tópico del orden obsesivo para contrarrestar el caos de la pareja y el alcoholismo aparece claramente expresado bajo la forma del trabajo manual como ejercicio espiritual (en “After the Denim” el trabajo manual, el bordado, aparece explícitamente como una forma de terapia para evitar la bebida).

7.
En las versiones de los cuentos de Carver retocadas por Gordon Lish, existen numerosos ejemplos donde pueden señalarse epifanías diluidas, casi neutralizadas, que, contrariamente, aparecen de forma explícita en las versiones del “verdadero Carver” publicadas en B. Tal es el caso de cuentos como “Viewfinder” o “Why Don’t You Dance?”, donde los finales, mutilados en WWTA, prácticamente tematizan lo que, al recortarse, queda sólo esbozado: la recuperación de la alegría infantil en el caso del primer cuento y la posibilidad de la compasión y la empatía (así como la inefabilidad de estas emociones) en el caso del segundo. En “Viewfinder”, por ejemplo, la revelación, concentrada en el objeto inocuo de un conjunto de piedras sobre el tejado, es introducida por una frase prácticamente formulística en las epifanías carverianas, especialmente ante el advenimiento de un objeto que evoca un repentino sentimiento absoluto: “Y entonces fue cuando las vi […]”. Otras epifanías que se ajustan a fórmulas similares son: “Justo antes de apagar la luz, Carl creyó ver algo en el hall. Se quedó mirando fijamente y creyó verlo de nuevo: unos ojos pequeños” (“What’s in Alaska”); “Y de pronto recordó el colchón que había visto en la cocina. Y comprendió que le daba miedo”. (“What’s about that?”); “Y entonces tuve una especie de… visión, no se me ocurre otra palabra para definirlo” (“Belvedere”, en la versión de B).
En relatos como “A Small, Good Thing” (publicado en WWTA como “The Bath”) o “Beginners” (“What We Talk About When We Talk About Love”), la reducción, más de la mitad del original, no sólo destituye la epifanía conclusiva, sino que borra completamente el marco dentro del cual ésta se produce. Puede suceder que en los casos de “Beginners” o de “The Fling” (“Sacks” en WWTA) las reducciones de Lish hayan evitado que la tensión central del relato se diluyera excesivamente y, en el caso del segundo de estos cuentos, cayera en un cierto sentimentalismo estereotipado y perdiera sutileza, sin embargo, el hecho de que, en la posterior antología titulada Cathedral, el propio Carver incluyera “A Small, Good Thing” tal como lo escribiera originalmente, es necesariamente prueba de cómo en modo alguno la expresión minimalista constituye la búsqueda definitiva de la estética carveriana. Aún más, el sentido claramente cristiano que poseen algunos de los relatos sin corregir recopilados en Beginners, nos muestran a un Carver mucho más homogéneo de lo que daría como resultado del contraste entre los cuentos “lisheanos” de WWTA y sus versiones originales, todo lo cual pondría en tela de juicio la famosa división entre un “primer” y un “segundo” Carver. Es el caso de “If It Please You”, por ejemplo, donde la versión corregida modifica el sentido cristiano del cuento desde el título mismo, que remite a una plegaria, modificándolo como “After the Denim”, y centra el argumento sólo en el resentimiento y no en la religación.


Bibliografía


ALDRIDGE, John W. (1992) Talents and Technicians: Literary Chic and the New Assembly Line-Fiction. New York: Scribner’s.

BARTHES, Roland (2003) Cómo vivir juntos. Simulaciones novelescas de algunos espacios cotidianos. Buenos Aires: Siglo XXI.

BLOOM, Harold (ed.) (2002) Bloom’s Major Short Story Writers: Raymond Carver. Broomall, PA: Chelsea House Publishers.

BROWN, Arthur A. (1990) “Raymond Carver and Postmodern Humanism” en Critique, Vol. 31, No. 2, Winter. pp.125-136

BUGEJA, Michael J. (1986) “Tarnish and Silver: An Analysis of Carver’s Cathedral” en The South Dakota Review, Vol. 24, No. 3, Autumn. pp.73-87.

CAMPBELL, Ewing (1992) Raymond Carver: A Study of the Short Fiction. New York: Twayne.

CLARK, Miriam Marty (1993) “After Epiphany: American Stories in the Postmodern Age” en Style 27. Pp. 387-394.

CLARKE, Graham (1990) “Investing the Glimpse: Raymond Carver and the Syntax of Silence” en CLARKE, Graham (ed.) The New American Writing: Essays on American Literature since 1970. New York: St. Martin’s. pp.99-122.

FACKNITZ, Mark A.R. (1986) “’The Calm’, ‘A Small Good Thing’ and ‘Cathedral’: Raymond Carver and the Discovery of Human Worth” en Studies in Short Fiction, Vol. 23, No.3 (Summer). pp.287-296.

FALIERE, Elena (ed.) El sueño americano. La literatura en EEUU desde la segunda postguerra. Rosario: Serapís. pp.277-283.

FREUD, Sigmund (1981a) “Lo siniestro” en Obras Completas. Tomo III. Madrid: Biblioteca Nueva. [“Das Unheimliche” en Imago Vol. V. 1919.]

---------- (1981b) “Una neurosis infantil (el hombre de los lobos)” en Obras Completas. Tomo II. Madrid: Biblioteca Nueva, 1981.

GARCÍA, Leandro y TOREM, Gabriel (2010) “La raíz y la semilla. Derivaciones y desarrollos de los silencios en la narrativa carveriana” en COSTA PICAZO, Rolando y CAPALBO, Armando (eds.) La narrativa breve en Estados Unidos: Literatura, artes y ciencias sociales. Buenos Aires: BM Press.

HATHCOCK, Nelson (1991) “The Possibility of Resurrection’: Re-Vision in Carver’s ‘Feathers’ and ‘Cathedral’ en Studies in Short Fiction, Vol. 28, No.1, Winter. pp. 31-40.

HEMMINGSON, Michael (2008) The Dirty Realism Duo: Charles Bukowski & Raymond Carver. California: Borgo Press.

LEYPOLDT, Günter (2001) “Raymond Carver’s epiphanic moments” en Style. Vol.35, No.3. Fall. pp.531-547.

JONES, Jeff. “Religious Revelation In Carver’s ‘Cathedral’”

MARCEL, Gabriel (1959) El misterio ontológico. Posición y aproximaciones concretas. San Miguel de Tucumán: Cuadernos de Humanitas n°1 - Universidad Nacional de Tucumán – Facultad de Filosofía y Letras.

MASON, Bobbie Ann (2001) Up From Kmart. Zigzagging a Wild Trail Stories. New York: Random House.

MEYER, Adam (1989) “Now You See Him, Now You Don’t, Now You Do Again: The Evolution of Raymond Carver’s Minimalism” en Critique: Studies in Contemporary Fiction No.30. pp.239­-251.

NESSET, Kirk (1995) “Narration and Interiority in Raymond Carver’s ‘Where I’m Calling From’” en The Stories of Raymond Carver: A Critical Study. Athens: Ohio University Press. pp.57-58.

RUNYON, Randolph Paul (1992) Reading Raymond Carver. Syracuse University Press.

SALTZMAN, Arthur (1988) Understanding Raymond Carver. University of South Carolina Press.

STULL, William L. and CARROLL, Maureen P. (eds.) (1993) Remembering Ray: A Composite Biography of Raymond Carver (interviews). Santa Barbara: Capra.

VOTTERO MORO, Ezequiel (2009) “El encanto de volverse cosa. Algunos apuntes sobre el cuento “Vecinos” de Raymond Carver” en TARDONATO

  
Ediciones españolas utilizadas[17]

CARVER, Raymond. (2008) ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? Barcelona: Anagrama. [Will you please be quiet, please? Nueva York: Alfred A. Knopf, 1976]
---------- (2007) De qué hablamos cuando hablamos de amor. Barcelona: Anagrama. [What We Talk About When We Talk About Love. Nueva York: Random House, 1981]
---------- (2010) Catedral. Barcelona: Anagrama. [Cathedral. Nueva York: Alfred A. Knopf, 1983]
---------- (2010) Principiantes. Barcelona: Anagrama. [Beginners. The Original Version of What We Talk About When We Talk About Love. Londres: Jonathan Cape, 2009]
---------- (1993) Un sendero Nuevo a la cascada. Últimos poemas. Madrid: Visor.
---------- (1995) La vida de mi padre. Cinco ensayos y una meditación[18]. Barcelona: Norma.




[1] Entre otros, José María Valverde, uno de los traductores más importantes de la obra de Joyce, ha expresado la relevancia de la formación jesuítica para el autor del Ulises.

[2] Distanciado del realismo de Dubliners, la epliclesis o transustanciación sería la técnica con que Joyce daría forma a sus dos grandes novelas: el arte (y no la religión) puede transformar la vulgaridad de lo cotidiano en una verdad eterna. El Ulises no es sino la primera gran épica burguesa, donde los actos heroicos son la transustanciación del “pan cotidiano”. En Finnegan’s Wake, por su parte, la epiclesis se combina con la técnica de la telescopía, que es el criterio rector de la mutabilidad verbal constituyente del estilo de esta obra. Sin embargo, cabe mencionar que, si bien en las dos novelas mayores de Joyce, la técnica epifánica ha desaparecido como objetivo principal de la escritura, Dubliners comparte con Ulysses la mirada acerca del hombre común, (mientras que en The Portrait, aunque utilizando la epifanía, la mirada está colocada sobre el propio autor y en Finnegan’s Wake sobre la humanidad en general).

[3] Este estado de la cuestión en torno a la crítica sobre Carver está basado en la exposición, mucho más sistemática de Leypoldt (2001, 531-533).

[4] Para el carácter religioso de la epifanía en Carver, cfr. Jones, Jeff. Religious Revelation In Carver’s “Cathedral”.

[5] O en ciertos contextos “Kmart Realism”, en referencia a la cotidianidad vulgar y consumista de los supermercados estadounidenses (Mason, 2001).

[6] En las teorías de Michael Riffaterre, “función estilística” es un concepto que expresa el denominador común de recepciones válidas de un texto (especialmente las recepciones críticas) en torno a lo que pueda leerse como el sentido esencial de la obra.

[7] La escena en que Gabriel Conroy, en “The Dead” ve a su esposa en el balcón, con la música de fondo, es exactamente opuesta al momento en que Ralph, el protagonista de “Will You Please Be Quiet, Please?”, recuerda haber visto a su mujer asomada por el balcón, hace muchos años, y haber presentido el futuro adulterio.

[8] Para la concepción humanística y cristiana del último Carver, cfr. Brown, 1990, 125-136 y Facknitz, 1986, 287-296.

[9] La versión de “Where Is Everyone?” (publicado en B) incluida en WWTA con el título de “Mr. Coffee and Mr. Fixit”, y recortado en sus dos terceras partes, es uno de los ejemplos más absolutos de la manera en que Gordon Lish basaba la reducción minimalista de los cuentos de Carver en una poda absoluta de las epifanías conclusivas.

[10] Si nos remitimos al sistema de las epifanías propias de la tradición literaria de la Short Story norteamericana, el final de “Death in the Woods” de Sherwood Anderson sería un ejemplo paradigmático de la degradación que produce el lenguaje en la experiencia epifánica.

[11] Conocido en castellano como “Tres rosas amarillas” (publicado por Anagrama en la antología del mismo título equivalente a Elephant and Other Stories).

[12] Short Cuts (1993) de Robert Altman elide las conclusiones epifánicas de los relatos, quedándose sólo con la superficie anecdótica en la que se desenvuelven los personajes. En el film no está presente la voz de Carver, la dimensión axiológica propiciada por las revelaciones o castigos que experimentan los individuos en sus narraciones.

[13] El tema de la extraña pareja quizás tenga en las letras norteamericanas su obra fundacional en el relato “Una noche en Wingdam” (The Luck of Roaring Camp and Other Stories) de Francis Bret Harte.

[14] Podría realizarse una selección de relatos carverianos inclasificables, es decir, externos tanto a los rótulos de minimalismo o realismo sucio, como a los de realismo existencialista y realismo humanista. Entre ellos estarían “Signals” (en WYP, ejercicio de casi autoparódico), “Why, Honey?” (en WYP, ejercicio de estilo paranoico que parece no haber cristalizado luego y que sólo es comparable a “Are you a Doctor?”) “Errand” (en E, homenaje temático y estilístico a Chéjov), “Blackbird Pie” (en E, cuento filiado a la obra poética más simbólica de Carver), “Elephant” (en E, extraño cuento de atmósfera kafkiana), “The Train” (homenaje estilístico a la obra de John Cheever, en C).

[15] El modelo básico de esta modalidad está claramente expresada, por ejemplo, en “Where I’m Calling From” o en el comienzo de “Kindling”: “Era mediados de agosto y Myers estaba cambiando de vida. La única diferencia entre esta vez y las otras era que ahora estaba sobrio. Acababa de pasar veintiocho días en un centro de desintoxicación”.

[16] En “Intimacy” resulta significativa la introducción de elementos autobiográficos más explícitos que en las narraciones usuales de Carver. El protagonista de este relato aprovecha al estar de paso por el pueblo donde vive su ex esposa para hacerle una visita. Ella le reprocha muchas cosas hasta que comprende que él usará todo eso como material para sus relatos. Entonces decide callar. La representación final de la culpa en el protagonista acentúa la impresión de la ex esposa. El escritor está condenado a utilizar toda su experiencia emocional como material de escritura. Un poema de Carver (incluido en Un sendero nuevo a la cascada. Últimos poemas) tematiza claramente este aspecto:  “Utiliza las cosas que te rodean. / Esta ligera lluvia / Del otro lado de la ventana, por ejemplo. / Este pitillo de entre los dedos, / Estos pies en el sofá. / El débil sonido del rock-and-roll, / El Ferrari rojo del interior de mi cabeza. / La mujer que anda a trompicones / Borracha por la cocina… / Coge todo eso, / Utilízalo”. (1993, 79)
 [17] Abreviaturas utilizadas: WYP - Will You Please Be Quiet, Please?; WWTA - What We Talk About When We Talk About Love; C - Cathedral; E - Elephant and Other Stories; B - Beginners. The Original Version of What We Talk About When We Talk About Love.


[18] Compilación en castellano que incluye los textos publicados en Fires (1989) y No Heroics, Please (1992).