miércoles, 4 de marzo de 2015

La última de Laiseca:
La puerta del viento (2014) o Vietnam como guerra mental

La puerta del viento
Alberto Laiseca
Mansalva
79 páginas











La guerra está adentro nuestro.
Alberto Laiseca (en Rapacioli, 2014)

En un breve ensayo titulado “14 de junio de 1982”, Carlos Gamerro relata la génesis de su novela Las islas (1998):

Hasta donde alcanzo a ver, mis motivaciones personales para acometer semejante empresa no son ningún misterio. Soy clase 62, la clase que fue a Malvinas. No fui a Malvinas. […] Malvinas, en este sentido, me marcó, como marcó a toda mi generación, a los que fueron y los que se quedaron. Y me dejó, además, la sensación de una vida, quizá también una muerte, paralela, fantasmal – la mía, si me hubiera tocado ir. […] Las islas es, de alguna manera, una novela autobiográfica al revés: lo que podría haber sido mi vida si el ojo del destino hubiera sido un poco menos descuidado. (2006, 63-64)

Un origen análogo tuvo la escritura de La puerta del viento, la última novela publicada de Alberto Laiseca. Contar lo que no fue. La guerra que, sea por el motivo que fuere, no peleamos. La muerte que, pese a nosotros, logramos esquivar. Laiseca dedica su novela “a los veteranos de Vietnam”, “a los que estuvieron y a los que no pudieron estar”.
El propio Laiseca, creador de lo que él mismo ha bautizado como “realismo delirante”, se encargó de difundir durante años el hecho que justifica esta novela. La excéntrica anécdota data de sus primeros tiempos en Buenos Aires, a fines de los años sesenta. Había llegado decidido a convertirse en escritor. Sin embargo, una inverosímil disposición se abrió paso en su mente durante esos primeros años en la capital. Quería ir a Vietnam, quería ir a la guerra. Con este objetivo en mientes se presentó en la embajada norteamericana para ofrecerse como recluta voluntario. Como no le hicieron caso, envió una carta al entonces presidente estadounidense Lyndon Johnson. La carta, como es de esperar, no tuvo respuesta. Sin embargo, esta ambigua pulsión juvenil de muerte y catarsis quedó grabada en Laiseca como un símbolo de su voluntad delirante, como un emblema de su anacrónica excentricidad, capaz de conducirlo a representar en carne propia esos interminables y expansivos juegos bélicos que fraguaba en su imaginación durante su infancia de pueblo. Juegos que anticipaban por igual tanto ese exótico conato de alistamiento como su profesión de Heródoto surrealista.
El interés obsesivo de Laiseca por la guerra como fenómeno simbólico parte desde su primer texto publicado, el relato “Mi mujer” (1973) – que comienza con la frase: “Queréis la guerra total” - y continúa a lo largo de toda su obra: desde la guerra mobster en el pseudo-noir de Su turno (1976) y las parodias del nazismo en Matando enanos a garrotazos (1982) hasta las guerras exóticas de La hija de Kheops (1989) y La mujer en la muralla (1990) y, naturalmente, la guerra delirante y absoluta de Los sorias (1998), que comienza como una guerra psicológica en un cuarto de pensión.  Ya en 1988, en un artículo de la célebre revista Babel, Diego Bigongiari llamaba a Laiseca “nuestro veterano de guerras y cronista de reinos” (1988, 16).
Durante los últimos años, Laiseca anunció en reiteradas ocasiones su novela sobre Vietnam. La novela que, según él, le debía tanto a su generación como a su locura juvenil. Tratándose del Monstruo, autor de obras delirantes y ciclópeas, ingeniero de barrocas máquinas de guerra y creador de dictadores demenciales, cabía esperar en esta novela una culminación explosiva, digna de quien logró con Los sorias la novela más larga de la literatura argentina. Finalmente, La puerta del viento apareció en septiembre de este año, publicada por la editorial Mansalva. Apenas un folleto de setenta páginas, poco más que un cuento. Y, sin embargo, todo está ahí en miniatura. Un acento quizás más cansino y menos vital que en sus grandes novelas, más reconcentrado y pesimista, pero, a la vez, el mismo Laiseca de siempre, con ese humor negro difícil de tragar – “¿Las vietcong? Era lindo violarlas con odio. Las mejores pijas se paran con el odio” (67) - y esa incómoda incorrección política que a veces desvanece las fronteras entre la parodia de la guerra y la llana complicidad con el horror. Ya en un ensayo sobre Fascismo y nazismo en las letras argentina (2009), Leonardo Senkman y Saúl Sosnowski parecían desconcertados ante la representación que Laiseca proponía del nazismo en los cuentos de Matando enanos a garrotazos. Casi tentados en denunciar complacencia, los críticos afirman:

A través de un dispositivo narrativo que se vale de la sátira o la ironía para dar forma a la voz que organiza estos relatos, Matando enanos a garrotazos trata el tema del dictador y la dictadura desde una perspectiva no necesariamente denunciatoria ni crítica. Aunque a veces asoman resquicios de reprobación, el humor y ciertas ambigüedades semánticas aparecen en Laiseca como elemento distanciador respecto de la realidad representada, y si ésta alguna vez impresiona por su violencia o desmesura, sus consecuencias sobre el sentido final del texto no conducen de modo lineal hacia una condena moral, sino más bien a la plasmación de una mirada desde la que el autoritarismo puede, incluso, percibirse con una cuota de gracia. (2009, 159)

Siendo La puerta del viento una obra que propone una suerte de apología de la guerra de Vietnam y una crítica al cinismo pacifista de la época, Laiseca no puede dejar de afirmar, con cierta ironía “plebeya”:

Reconozco que esta novela es tan políticamente incorrecta que puede significar el fin de mi carrera como escritor. Está bien. El caso es que se han dicho tantas mentiras sobre Vietnam que por lo menos tiene que haber uno que diga la verdad.

Para Laiseca, Vietnam fue una guerra necesaria que debería haberse ganado, pero se perdió por la excesiva confianza de los norteamericanos en que los comunistas del Vietcong respetasen los pactos de neutralidad. Los yankees, para Laiseca, perdieron por no ser tan canallas como los vietnamitas. Y frente al estereotipo pacifista de Vietnam como una guerra absurda, Laiseca afirma:

Esta sí es una verdadera guerra. Si no salvamos a Vietnam del sur, en el acto caerán Laos y Camboya y posiblemente, también Thailandia. En cuanto al enemigo, que sin duda me está escuchando, le digo: No vamos a cansarnos ni a retirarnos, podemos resistir más que ustedes, ganaremos la guerra. Lo haremos. (52)

Justificando parcialmente al demonizado Nixon y denunciando las crueldades de los soldados vietnamitas, Laiseca construye una sátira oscura de la guerra donde se explora lo ilimitado del delirio humano.
Al intentar explicar la guerra de Vietnam, Laiseca busca la respuesta a su propia guerra mental, la misma que libró con su padre durante su infancia (la figura opresiva del padre  como dictador es una constante en la obra de Laiseca), la misma que dominó tanto sus juegos como su literatura. El título de la novela es una ilustración metafórica de la voluntad ambigua que guió su intento de ir a Vietnam: perder la cobardía, morir o sobrevivir.

Los comandos chinos, cuando desean silenciar a un centinela enemigo, se le acercan despacio por detrás y, mientras con una mano le tapan la boca, clavan su bayoneta en el bulbo raquídeo. Muerte instantánea. A esto, en chino, se lo denomina “La puerta del viento”. Pero en Tai Chi Chuan existe una técnica especial de respiración para redistribuir armónicamente la energía por todo el cuerpo. La expresión, para designar este trabajo, es exactamente la misma que con el ataque a la bayoneta.
Vale decir: la puerta es la vida o la muerte.
Esto es para mí Vietnam: o volvés a casa dentro de una saca verde o retornás purificado. (9-10)

En esta obra genéricamente híbrida[1], Laiseca introduce un alter ego de sí mismo: el lieutenant Reese. El propio Laiseca si hubiera ido a Vietnam[2]. El autor argentino se encarna, por transmigración mágica o por variación imaginaria, en un teniente norteamericano en plena jungla vietnamita, casi completamente enloquecido por la guerra[3]. Los lieutenants Reese y “Lai” son las dos caras de una misma vida: la vida que vivió al no ir a la guerra y la vida que pudo vivir si hubiera ido, la separación angustiante entre la cobardía como supervivencia y el coraje como muerte (cfr. Rapacioli, 2014). Y, sin embargo, como sucede con Gamerro, la experiencia de la guerra no peleada se erige en una suerte de encantamiento para Laiseca, una experiencia que, en sí misma, como ausencia, es una forma de la guerra. Aún sin ser vivida, la fuerza terrible de una guerra también toca el destino de quienes asistieron a ella como potencialidad. Y si este destino no es la muerte física, al menos configura una extraña afinidad mental con los muertos de esa guerra: “Tengo la certeza de que si lo matan a Reese yo también moriré” (31).
Ahora bien, La puerta del viento, como sucede con muchos relatos de Laiseca, posee escasa densidad narrativa. El teniente Reese, doble de Laiseca, es casi un pretexto para introducir un personal monólogo digresivo sobre la guerra de Vietnam, por momentos fuertemente monográfico, interrumpido por balances políticos, anécdotas sanguinarias y, como es típico en Laiseca, disonancias argentinizantes que nos arrancan del escenario extranjero de la obra y nos devuelven brutalmente a la instancia enunciativa original:

Y permítanme más noticias pa’l común de las personas. Cuando veas una nubecita negra, con una especie de coronita de cable (que después se vuelve blanco brillante), rajá si podés. Es un tifón. (18)

Esta novela será humilde si se compara con la grandeza pantagruélica de Los sorias y su guerra total, pero la guerra de Vietnam, como dice Laiseca, “que parecía sencilla, fue la más complicada del mundo”. Así, con La puerta del viento, el autor busca, no ya lo real que subyace en el delirio, sino el delirio que permite comprender lo real, y con ello vuelve a dar muestra de la condición inclasificable de su propia obra, de la imposibilidad de leerla sin poner en cuestión el sentido entero de la literatura. Sin duda vale la pena leer este opúsculo extraño de Laiseca, nuestro mejor veterano de Vietnam.

Bibliografía

BIGONGIARI, Diego (1988) “Bárbaros: Narrativa japonesa. El íntimo cuchillo en la palabra” en Babel, 1. Abril. pp.14-16.
GAMERRO, Carlos (2006) El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos. Buenos Aires: Norma.
LAISECA, Alberto (2014) La puerta del viento. Buenos Aires: Mansalva.
QUINTÍN (2014) “Conmoción progresista” en Perfil (16 de noviembre).
RAPACIOLI, Juan (2014) “La guerra de Vietnam es la más importante del siglo XX” en Télam – Cultura (8 de octubre).






[1]  Como en Por favor, ¡plágienme! (1991), Laiseca produce con La puerta del viento una escritura a medio camino entre la argumentación ensayística y la ficción narrativa.
[2] En realidad, tal como hace notar Quintín (2014), la primera persona de la novela se reparte entre varios narradores: por un lado, un escritor argentino que justifica frente a un amigo anarquista las razones para estar a favor de los Estados Unidos en lo que respecta a la guerra de Vietnam; por el otro, una “Trinidad Santa” compuesta por tres tenientes: el teniente Lai, el teniente Reese (según Quintín, padre simbólico del primero) y un soldado errante que pertenece a la época del dominio francés en Indochina (y cuyos argumentos, cabría agregar, no difieren mucho de los del personaje de Hubert de Marais en Apocalypse Now). Sin embargo, resulta evidente el carácter alteregoico del teniente Reese en relación al propio Laiseca, especialmente porque Reese y Lai se presentan como narradores intercambiables (“I’m lieutenant Reese. El problema es que también soy el teniente Lai […]” [16] o “[…] es mi doble: lieutenant Reese” [28]). Ahora bien, en lo que respecta a los elementos autobiográficos, éstos se concentran en la figura del teniente Lai: la muerte temprana de la madre, la disciplina tiránica del padre (cuyo rigor, según Laiseca, lo convierte a él en el más antiguo veterano de Vietnam)
[3] El motivo del soldado perturbado configura toda una tradición de la cultura norteamericana, desde algunos relatos de Salinger hasta películas como Apocalypse Now de Francis Ford Coppola o The Deer Hunter de Michael Cimino (hay que recordar que Laiseca elogia muy particularmente Fullmetal Jacket de Stanley Kubrick, donde la locura se representa no sólo como experiencia a posteriori de la guerra, sino como un mal interior a la propia idiosincrasia norteamericana que se encarna en la crueldad de los propios reclutas durante el servicio militar). En La puerta del viento, Laiseca usa la expresión “la mirada de los mil metros” para describir la caída en la locura a causa de la guerra: “En Vietnam todos sabían que cuando un tipo tenía esa mirada (contemplar, inmóvil, un punto del infinito) no había que meterse con él. Estaba absolutamente loco. Sólo por haberlo saludado (“¿Te tomás una cerveza conmigo, compañero?”) una granada sin espoleta contra el piso y volábamos todos los del grupo”. (28)

2 comentarios:

  1. Te dejo un dato que puede llegar a interesarte: el guión de Apoclypse Now fue escrito por John Milius, quien también quiso ser militar y tiene una obseción con lo bélico.

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  2. Eh, Camilus, qué hacés por acá?! Gracias por la data. Y guarda que en cualquier momento subo un artículo sobre cierto tapir taxista que conocemos bien...

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