viernes, 15 de mayo de 2015

A un dios desconocido (To a God Unknown - 1933) de John Steinbeck


My father is in that tree. My father is that tree!
John Steinbeck, To a God Unknown

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Tras una bendición paterna al estilo de los patriarcas bíblicos, Joseph Wayne abandona las tierras familiares en Vermont para buscar mejores campos en California. En esta cálida región, en completa soledad, instala el nuevo rancho de la familia. Al recibir por correo la noticia de la muerte de su padre, allá en la lejana Vermont, Joseph comienza a creer que éste ha reencarnado de alguna manera en un enorme roble de su nueva granja californiana. Desde entonces, comienza a practicar un extraño culto al árbol y a la tierra que cultiva, el cual lo llevará a la obsesión y, ulteriormente, a la tragedia.

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Una de las obras menos leídas de Steinbeck, menos tenidas en cuenta para describir el proyecto creador de su autor y, por lo demás, una de las novelas que más decepciona o desconcierta a los lectores ya acostumbrados a los grandes dramas sociales del autor como Las uvas de la ira o Al este del Edén. Y así como se trata de una de las novelas menos vendidas de Steinbeck (que recién a partir de Tortilla Flat se convertiría en un best seller), también fue la que más tiempo le llevó escribir, lo cual es interesante si tenemos en cuenta lo breve de su extensión en comparación con sus obras principales. En relación a la atipicidad de esta novela si se la compara con los grandes temas de Steinbeck, es usual que algunos críticos mencionen como causa el hecho de que estuviera escrita sobre la base de una idea ajena: la inconclusa obra teatral de un compañero de la universidad.
En mi caso personal, la lectura de esta narración románticamente pagana no desentonó del todo con la imagen que tenía de Steinbeck, especialmente debido a que mi primer encuentro con el autor fue a través de su novela de temática artúrica, publicada de manera póstuma, The Acts of King Arthur and His Noble Knights (una de las mejores versiones escritas en el siglo XX, junto a la de TH. White y al poema inconcluso de Tolkien, The Fall of Arthur).

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En A un dios desconocido Steinbeck lleva a su manifestación más depurada los grandes temas mítico-religiosos en torno a la relación entre el hombre y la naturaleza que caracterizan a sus primeras obras. Luego, a partir de Tortilla Flat, abandonaría su romanticismo lírico para internarse en los protocolos miméticos que están implicados en todo realismo social y comprometido. En A un dios desconocido se repite el mismo motivo de una maldición popular que pesa sobre una tierra y que conduce a la tragedia, que ya aparecía en los cuentos tempranos de Las praderas del cielo (1932).

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Como el de Melville, el mundo de Steinbeck se rige fundamentalmente por un orden religioso que oscila entre lo bíblico (desde el trasunto de la historia de Jonás que es Moby Dick hasta la fuente veterotestamentaria de Las uvas de la ira o de Al este del Edén) y una extraña densidad pagana (la fuerza del motivo idólatra es innegable tanto en la novela de Melville como en las primeras obras de Steinbeck). De hecho, el título de A un dios desconocido (To a God Unknown), segunda novela y tercera obra publicada por Steinbeck (sin contar la nouvelle The Red Pony), es tomado en partes iguales de los Hechos de los Apóstoles (“Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: «Al Dios desconocido.» Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar. [Hechos 17:23]), como de un homónimo e inquietante himno védico que Steinbeck cita como epígrafe de la novela:

Él nos da el aliento, y la fuerza es su don.
Los dioses principales acatan sus órdenes.
Su sombra es vida; su sombra es muerte.
¿Quién es Aquel al que ofreceremos nuestro sacrificio?
[…]
Que no nos hiera El que creó la tierra.
¿Quién hizo el cielo y el brillante mar?
¿A qué Dios ofreceremos nuestro sacrificio?

Precisamente, esta novela gira en torno a la desconocida identidad de un dios encarnado en un árbol al que un ranchero de California comienza a venerar de manera intuitiva, relacionándolo con el espíritu de su padre. Todavía lejos de las tesis socialistas de sus grandes novelas de madurez, A un dios desconocido comparte con Mientras agonizo de Faulkner y con ciertos momentos de Sherwood Anderson o de Flannery O’Connor, un regionalismo veterotestamentario y oscuro que, por momentos, se acerca a una cierta densidad mítica y profana de lo sagrado, donde se representa en partes iguales la genuina religación implicada en un retorno a las raíces paganas y la culpabilidad de esta regresión que, desde una perspectiva cristiana, produce una ira divina que desemboca en tragedia. Cuando Burton, hermano de Joseph y devoto cristiano, lo descubre en sus rituales, le advierte:

Te he visto haciéndole una ofrenda al árbol. He visto cómo ha ido creciendo en tu interior esa creencia pagana, y vengo para prevenirte. […] Esta tarde has visto la cólera de Dios advirtiendo a los idólatras. No era más que un aviso, Joseph. Me ha hecho recordar las palabras de Isaías: “Habéis abandonado a Dios, y su cólera se volverá contra vosotros.

Paradójicamente, será el mismo Burton quien desencadene las causas de la tragedia con la que tan mesiánicamente amenaza.
No en vano esta novela ha sido comparada con la estética de Jean Giono, cuyo regionalismo místico y de matices paganos (ubicado en la Provenza francesa) introduce una imagen de la naturaleza representada como una fuerza sublime y a veces implacable que destruye a sus acólitos y que, como un dios celoso, exige del hombre los mayores sacrificios. Ante la siniestra fuerza sagrada de la naturaleza, la esposa de Joseph se siente aterrorizada y expresa la paradójica dimensión religiosa que da forma a toda la obra: el paganismo es una fuerza a la que el cristiano intenta exorcizar, pero en la que no puede evitar creer. Tildándolas de prohibidas y antiguas, la esposa de Joseph no admite que aquellas creencias sean falsas:

Señor Jesús, protégeme de las cosas prohibidas y mantenme en el sendero de la luz y del amor. No permitas que mi hijo herede estas cosas de mí, Señor Jesús. Guárdame de las cosas antiguas de mi sangre.

Y es que en esta novela de Steinbeck, que recuerda a esos vagos y extraños rituales de los personajes de Sherwood Anderson (pensemos en los cuentos “Devoción” o en “Muerte en el bosque”), no existe todavía esa plena representación ideológicamente tipificada que motoriza el resto de sus narrativa, y se acerca más al mundo de aviesos presagios y de primitivos bosques sagrados de La rama dorada de Frazer. En este marco de intereses, Steinbeck pone en escena una perturbadora psicogénesis del paganismo animista: ¿cómo nace en la mente humana la voluntad de venerar a un ídolo?
De hecho, para muchos especialistas en la obra de Steinbeck, La rama dorada de Frazer es la fuente más incuestionable de A un dios desconocido. Durante su época como estudiante universitario, Steinbeck leyó obsesivamente esta obra ciclópea, suerte de Necronomicón de la antropología y que, para autores como T.S. Eliot llegó a ser una fuente de inspiración poética. “A veces es el alma de los muertos la que se cree que anima a los árboles”, afirma Frazer, e inmediatamente expone la costumbre de cierta tribu australiana cuyos miembros “consideran como muy sagrados a ciertos árboles que suponen ser sus padres transformados; de ahí que hablen con reverencia de estos árboles y cuiden que no sean talados o quemados”. Resulta imposible no imaginar que Steinbeck posara sus ojos sobre estas frases para dar vida al sustrato mítico de su novela.
En un momento de la narración, el padre Angelo, personaje que representa la tradición católico-mexicana de California, descubre a Joseph derramando vino a modo de ofrenda sobre su árbol sagrado. Entonces le dice: “Tenga cuidado con los bosques, hijo mío. Jesús es mejor salvador que Hamadríade”. Esta referencia es la única explicitación que se hace en toda la novela de un elemento reconociblemente mitológico. Las Hamadríades son ninfas de los árboles. Cada una de ellas vive en un árbol de manera exclusiva, de modo tal que si éste es talado, la ninfa muere. Esto permite comprender particularmente la resolución compositiva de la novela en relación al árbol de Joseph.
Podría leerse A un dios desconocido a la par de La tierra baldía de T.S. Eliot: como es usual en el modernismo anglosajón, ambos usan el mito como cifra alegórica del “malestar de la cultura” en términos freudianos o de la “decadencia de Occidente”, por seguir la expresión spengleriana tan cara a esa época. Como Steinbeck, Eliot declaró en Notes on ‘The Waste Land’ que entre sus principales fuentes de inspiración debía nombrar La rama dorada de Frazer (y hace hincapié en la descripción de ciertas ceremonias primitivas en torno a la vida vegetal). No es casual que al realizar su versión de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, Francis Ford Coppola y John Milius recuperaran para Apocalypse Now la síncresis Conrad-Frazer típica en T.S. Eliot, acentuando en el film el elemento siniestramente pagano del poderío de Kurtz. A su vez, Coppola-Milius incluyen citas de Los hombres huecos y, como hicieran Eliot y Steinbeck en relación a la decadencia de Occidente, utilizan el sustrato mítico como medio para representar tanto el malestar cultural implicado en la guerra de Vietnam, como también una imagen obsesiva y onírica del mundo militar norteamericano, a medio camino entre la crítica ideológica y la fascinación admirativa.

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A un dios desconocido, escrita con una estilización metafísica que remite más a Ernst Jünger o al Arthur Machen de La gloria secreta, no sólo puede vincularse a las obras más mítico-religiosas de la Lost Generation, como Mientras agonizo de Faulkner, El viejo y el mar de Hemingway, "Muerte en el bosque" de Sherwood Anderson o La tierra baldía de T.S. Eliot, sino que también puede irradiar hasta los intereses religiosos de obras propias de la generación siguiente, como Wise Blood de Flannery O’Connor o Franny & Zooey de J.D. Salinger, donde el enrarecimiento del cristianismo contribuye a producir una extraña atmósfera de religiosidad originaria. E incluso es inevitable rescatar un cierto aire de familia con el horror cósmico lovecraftiano y su obsesión por los antiguos dioses olvidados y los nefandos cultos que los restituyen al mundo, así como su descripción de lugares sagrados que provocan escalofríos en algunos de los que se detienen a contemplarlos, pero en otros incitan a una devoción enajenada.

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Recomiendo una interesante tesis doctoral, escrita por Connie Post (History’s Myth: John Steinbeck and the Twilight of Western Culture, 1993)[1], donde se hace un extenso análisis de las fuentes míticas y antropológicas en la obra de Steinbeck, especialmente de la fuerte presencia de La rama dorada. En este estudio puede verse cómo el elemento pagano, aunque aparezca de forma más notoria en A un dios desconocido, en realidad atraviesa toda la obra de su autor. Sirva este ejemplo que cito del estudio mencionado:

[…] la incorporación de Steinbeck a la dinámica entre historia y mito en Dulce jueves (1954), secuela de Los arrabales de Cannery (1945). […] su novela de 1954 ilustra cómo el proceso de remitologización puede remodelar la historia y al mismo tiempo alterar las identidades culturales. En Dulce jueves, Steinbeck sugiere que la comunidad contracultural de Cannery Row florece en los años de la postguerra debido a que trasciende la ideología puritana norteamericana. Como Joseph en A un dios desconocido, los habitantes de Cannery Row (así como los ciudadanos de la comunidad vecina de Pacific Grove, que fue fundada a fines del siglo XIX como un retiro para fundamentalistas cristianos) regresan a los orígenes paganos de la cultura occidental, tal como es ejemplificado por sus representaciones inconscientes de ceremonias pre-cristianas de la fertilidad, las cuales Frazer discute ampliamente en La rama dorada.


[1] Link para History’s Myth: John Steinbeck and the Twilight of Western Culture (1993) de Connie Post [en inglés]:


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