My father is in that tree. My
father is that tree!
John Steinbeck, To a God Unknown
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Tras una bendición paterna al
estilo de los patriarcas bíblicos, Joseph Wayne abandona las tierras familiares
en Vermont para buscar mejores campos en California. En esta cálida región, en completa soledad, instala el nuevo rancho de la familia. Al recibir por correo la noticia de la
muerte de su padre, allá en la lejana Vermont, Joseph comienza a creer que éste ha reencarnado de alguna
manera en un enorme roble de su nueva granja californiana. Desde entonces, comienza a
practicar un extraño culto al árbol y a la tierra que cultiva, el cual lo
llevará a la obsesión y, ulteriormente, a la tragedia.
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Una de las obras menos leídas de
Steinbeck, menos tenidas en cuenta para describir el proyecto creador de su
autor y, por lo demás, una de las novelas que más decepciona o desconcierta a
los lectores ya acostumbrados a los grandes dramas sociales del autor como Las
uvas de la ira o Al este del Edén. Y así como se trata de una de las novelas
menos vendidas de Steinbeck (que recién a partir de Tortilla Flat se convertiría
en un best seller), también fue la que más tiempo le llevó escribir, lo cual es
interesante si tenemos en cuenta lo breve de su extensión en comparación con
sus obras principales. En relación a la atipicidad de esta novela si se la
compara con los grandes temas de Steinbeck, es usual que algunos críticos mencionen
como causa el hecho de que estuviera escrita sobre la base de una idea ajena: la inconclusa
obra teatral de un compañero de la universidad.
En mi caso personal, la lectura de esta
narración románticamente pagana no desentonó del todo con la imagen que tenía
de Steinbeck, especialmente debido a que mi primer encuentro con el autor fue a
través de su novela de temática artúrica, publicada de manera póstuma, The
Acts of King Arthur and His Noble Knights (una de las mejores versiones
escritas en el siglo XX, junto a la de TH. White y al poema inconcluso de Tolkien, The
Fall of Arthur).
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En A un dios desconocido
Steinbeck lleva a su manifestación más depurada los grandes temas
mítico-religiosos en torno a la relación entre el hombre y la naturaleza que
caracterizan a sus primeras obras. Luego, a partir de Tortilla Flat,
abandonaría su romanticismo lírico para internarse en los protocolos miméticos
que están implicados en todo realismo social y comprometido. En A un dios
desconocido se repite el mismo motivo de una maldición popular que pesa sobre
una tierra y que conduce a la tragedia, que ya aparecía en los cuentos tempranos
de Las praderas del cielo (1932).
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Como el de Melville, el mundo de
Steinbeck se rige fundamentalmente por un orden religioso que oscila entre lo
bíblico (desde el trasunto de la historia de Jonás que es Moby Dick hasta la
fuente veterotestamentaria de Las uvas de la ira o de Al este del Edén) y una
extraña densidad pagana (la fuerza del motivo idólatra es innegable tanto en la novela de Melville como en las primeras obras de Steinbeck). De hecho, el título de A un dios desconocido (To a God
Unknown), segunda novela y tercera obra publicada por Steinbeck (sin contar la nouvelle
The Red Pony), es tomado en partes iguales de los Hechos de los Apóstoles (“Pues
al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un
altar en el que estaba grabada esta inscripción: «Al Dios desconocido.» Pues
bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar. [Hechos 17:23]),
como de un homónimo e inquietante himno védico que Steinbeck cita como epígrafe
de la novela:
Él nos da el aliento, y la fuerza
es su don.
Los dioses principales acatan sus
órdenes.
Su sombra es vida; su sombra es
muerte.
¿Quién es Aquel al que
ofreceremos nuestro sacrificio?
[…]
Que no nos hiera El que creó la
tierra.
¿Quién hizo el cielo y el
brillante mar?
¿A qué Dios ofreceremos nuestro
sacrificio?
Precisamente, esta novela gira en
torno a la desconocida identidad de un dios encarnado en un árbol al que un
ranchero de California comienza a venerar de manera intuitiva, relacionándolo
con el espíritu de su padre. Todavía lejos de las tesis socialistas de sus
grandes novelas de madurez, A un dios desconocido comparte con Mientras agonizo
de Faulkner y con ciertos momentos de Sherwood Anderson o de Flannery O’Connor,
un regionalismo veterotestamentario y oscuro que, por momentos, se acerca a una
cierta densidad mítica y profana de lo sagrado, donde se representa en partes
iguales la genuina religación implicada en un retorno a las raíces paganas y la
culpabilidad de esta regresión que, desde una perspectiva cristiana, produce
una ira divina que desemboca en tragedia. Cuando Burton, hermano de Joseph y
devoto cristiano, lo descubre en sus rituales, le advierte:
Te he visto haciéndole una
ofrenda al árbol. He visto cómo ha ido creciendo en tu interior esa creencia
pagana, y vengo para prevenirte. […] Esta tarde has visto la cólera de Dios
advirtiendo a los idólatras. No era más que un aviso, Joseph. Me ha hecho
recordar las palabras de Isaías: “Habéis abandonado a Dios, y su cólera se
volverá contra vosotros.
Paradójicamente, será el mismo
Burton quien desencadene las causas de la tragedia con la que tan
mesiánicamente amenaza.
No en vano esta novela ha sido
comparada con la estética de Jean Giono, cuyo regionalismo místico y de matices
paganos (ubicado en la
Provenza francesa) introduce una imagen de la naturaleza representada
como una fuerza sublime y a veces implacable que destruye a sus acólitos y que,
como un dios celoso, exige del hombre los mayores sacrificios. Ante la
siniestra fuerza sagrada de la naturaleza, la esposa de Joseph se siente
aterrorizada y expresa la paradójica dimensión religiosa que da forma a toda la
obra: el paganismo es una fuerza a la que el cristiano intenta exorcizar, pero
en la que no puede evitar creer. Tildándolas de prohibidas y antiguas, la
esposa de Joseph no admite que aquellas creencias sean falsas:
Señor Jesús, protégeme de las
cosas prohibidas y mantenme en el sendero de la luz y del amor. No permitas que
mi hijo herede estas cosas de mí, Señor Jesús. Guárdame de las cosas antiguas
de mi sangre.
Y es que en esta novela de
Steinbeck, que recuerda a esos vagos y extraños rituales de los personajes de
Sherwood Anderson (pensemos en los cuentos “Devoción” o en “Muerte en el bosque”), no
existe todavía esa plena representación ideológicamente tipificada que motoriza el resto de sus
narrativa, y se acerca más al mundo de aviesos presagios y de primitivos
bosques sagrados de La rama dorada de Frazer. En este marco de intereses,
Steinbeck pone en escena una perturbadora psicogénesis del paganismo animista:
¿cómo nace en la mente humana la voluntad de venerar a un ídolo?
De hecho, para muchos
especialistas en la obra de Steinbeck, La rama dorada de Frazer es la fuente más
incuestionable de A un dios desconocido. Durante su época como estudiante
universitario, Steinbeck leyó obsesivamente esta obra ciclópea, suerte de Necronomicón
de la antropología y que, para autores como T.S. Eliot llegó a ser una fuente
de inspiración poética. “A veces es el alma de los muertos la que se cree que
anima a los árboles”, afirma Frazer, e inmediatamente expone la costumbre de
cierta tribu australiana cuyos miembros “consideran como muy sagrados a ciertos
árboles que suponen ser sus padres transformados; de ahí que hablen con
reverencia de estos árboles y cuiden que no sean talados o quemados”. Resulta
imposible no imaginar que Steinbeck posara sus ojos sobre estas frases para dar
vida al sustrato mítico de su novela.
En un momento de la narración, el
padre Angelo, personaje que representa la tradición católico-mexicana de
California, descubre a Joseph derramando vino a modo de ofrenda sobre su árbol
sagrado. Entonces le dice: “Tenga cuidado con los bosques, hijo mío. Jesús es
mejor salvador que Hamadríade”. Esta referencia es la única explicitación que
se hace en toda la novela de un elemento reconociblemente mitológico. Las
Hamadríades son ninfas de los árboles. Cada una de ellas vive en un árbol de
manera exclusiva, de modo tal que si éste es talado, la ninfa muere. Esto
permite comprender particularmente la resolución compositiva de la novela en
relación al árbol de Joseph.
Podría leerse A un dios
desconocido a la par de La tierra baldía de T.S. Eliot: como es usual en el
modernismo anglosajón, ambos usan el mito como cifra alegórica del “malestar de
la cultura” en términos freudianos o de la “decadencia de Occidente”, por
seguir la expresión spengleriana tan cara a esa época. Como Steinbeck, Eliot
declaró en Notes on ‘The Waste Land’ que entre sus principales fuentes de
inspiración debía nombrar La rama dorada de Frazer (y hace hincapié en la
descripción de ciertas ceremonias primitivas en torno a la vida vegetal). No es
casual que al realizar su versión de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad,
Francis Ford Coppola y John Milius recuperaran para Apocalypse Now la síncresis Conrad-Frazer
típica en T.S. Eliot, acentuando en el film el elemento siniestramente
pagano del poderío de Kurtz. A su vez, Coppola-Milius incluyen citas de Los hombres
huecos y, como hicieran Eliot y Steinbeck en relación a la decadencia de Occidente,
utilizan el sustrato mítico como medio para representar tanto el malestar cultural implicado en
la guerra de Vietnam, como también una imagen obsesiva y onírica del mundo militar norteamericano, a medio camino entre la crítica ideológica y la fascinación admirativa.
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A un dios desconocido, escrita
con una estilización metafísica que remite más a Ernst Jünger o al Arthur
Machen de La gloria secreta, no sólo puede vincularse a las obras más
mítico-religiosas de la Lost Generation ,
como Mientras agonizo de Faulkner, El viejo y el mar de Hemingway, "Muerte en el
bosque" de Sherwood Anderson o La tierra baldía de T.S. Eliot, sino que también puede
irradiar hasta los intereses religiosos de obras propias de la generación
siguiente, como Wise Blood de Flannery O’Connor o Franny & Zooey de J.D.
Salinger, donde el enrarecimiento del cristianismo contribuye a producir una
extraña atmósfera de religiosidad originaria. E incluso es inevitable rescatar
un cierto aire de familia con el horror cósmico lovecraftiano y su obsesión por
los antiguos dioses olvidados y los nefandos cultos que los restituyen al
mundo, así como su descripción de lugares sagrados que provocan escalofríos en
algunos de los que se detienen a contemplarlos, pero en otros incitan a una
devoción enajenada.
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Recomiendo una interesante tesis
doctoral, escrita por Connie Post (History’s Myth: John Steinbeck and the Twilight
of Western Culture, 1993)[1], donde se hace un extenso análisis de
las fuentes míticas y antropológicas en la obra de Steinbeck, especialmente de
la fuerte presencia de La rama dorada. En este estudio puede verse cómo el
elemento pagano, aunque aparezca de forma más notoria en A un dios desconocido,
en realidad atraviesa toda la obra de su autor. Sirva este ejemplo que cito del
estudio mencionado:
[…] la incorporación de Steinbeck
a la dinámica entre historia y mito en Dulce jueves (1954), secuela de Los
arrabales de Cannery (1945). […] su novela de 1954 ilustra cómo el proceso de
remitologización puede remodelar la historia y al mismo tiempo alterar las
identidades culturales. En Dulce jueves, Steinbeck sugiere que la comunidad
contracultural de Cannery Row florece en los años de la postguerra debido a que
trasciende la ideología puritana norteamericana. Como Joseph en A un dios
desconocido, los habitantes de Cannery Row (así como los ciudadanos de la
comunidad vecina de Pacific Grove, que fue fundada a fines del siglo XIX como
un retiro para fundamentalistas cristianos) regresan a los orígenes paganos de
la cultura occidental, tal como es ejemplificado por sus representaciones
inconscientes de ceremonias pre-cristianas de la fertilidad, las cuales Frazer
discute ampliamente en La rama dorada.
[1] Link para History’s
Myth: John Steinbeck and the Twilight of Western Culture (1993) de Connie
Post [en inglés]:
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